HOLA, ESTE ES MI VIAJE


Decir "soy esto o aquello" nunca me ha resultado natural. Las presentaciones personales siempre me parecieron insuficientes para expresar lo que realmente somos… Así que prefiero contarte mi historia desde el corazón.


Nací el 9 de octubre de 1982 en Elche, en el seno de una familia humilde que me enseñó, desde pequeño, el valor de ser sincero, de decir la verdad y de amar. Esos valores sembraron una semilla que, con el tiempo, brotaría en forma de música y espiritualidad.

Mi primer encuentro con la música fue a los diez años, con Fermín, mi primer profesor de guitarra. Él supo transmitirme algo que ya intuía desde casa (pues mi tío toca el piano) que la música es un canal para el alma. Desde los 14 años, estuve metido en grupos de música, donde, más allá de tocar, desarrollé una hermandad profunda con mis compañeros. Entre ellos, Manuel Olivares, mi hermano musical y casi de sangre, quien falleció repentinamente tras una operación. Nadie pudo despedirse. Aquello supuso una ruptura interior, un antes y un después. Como Arjuna en la batalla de Kurukṣetra, quedé paralizado, mirando el caos y preguntándome por el sentido de todo.


Con el corazón abierto y roto, emprendí un camino espiritual, sin esperar nada. Siempre fui agnóstico y algo precavido con estos temas, pero algo me empujaba. Tropecé primero con el Ho’oponopono, una técnica de sanación hawaiana (en aquellos tiempos hacía surf y patinaba). Me pareció interesante, pero no me caló del todo.


Hasta que un día, en casa de una amiga, su compañero de piso (un chico Hare Krishna)me dijo:
 
“Tú tienes la luz de Buda”.


Yo pensaba que Buda era simplemente ese monje simpático con barriga grande... Nos reímos y ahí quedó.


Pero semanas después, paseando por una conocida tienda, un libro sobre la vida de Buda me encontró. Ese verano cambió mi vida. Mis planes para ir a Hawái se esfumaron y, en su lugar, nació el deseo de ir a la India.


Con el miedo natural del principiante, buscaba alguien con quien viajar, y apareció David, una persona bellísima con quien emprendí mi primer viaje iniciático a la India. Él grabó un documental con refugiados tibetanos; yo me enamoré perdidamente de la India. Al volver, perdimos el contacto, y yo, en medio de mi propia guerra interior contra los Kauravas, decidí volver solo… y así empezó mi verdadera peregrinación.


Fue en Rishikesh donde, buscando un profesor de sitar que no terminó de convencerme, encontré algo más profundo. Sin saber muy bien qué hacía, el harmonium apareció en mi vida. Y entonces, ella apareció: Keya Goswami, mi maestra. Apoyada en un balconcito, sin yo llevar el harmonium encima, me preguntó:
 
“¿Estás buscando profesora de canto?”


Me quedé perplejo. Desde ese día, ella se convirtió en
Maa Keya, mi madre espiritual, mi faro entre la niebla.


Regresé a España, lleno de devoción, dando conciertos… pero entonces todo se rompió. Mi salud colapsó. Los riñones dejaron de funcionar. Los médicos hablaban de trasplante, diálisis, restricciones extremas. No quería vivir conectado a una máquina. Solo quería dejar de sufrir. Entré muchas veces al hospital más muerto que vivo. Pero Krishna, una vez más, me rescató.


Una amiga me dijo una frase que me cambió:
 
“India no se va a mover”.


Ahí decidí aceptar el proceso. Comenzó la diálisis peritoneal, diez horas al día. Dolor, restricciones, oscuridad… pero también luz. Mucha luz. Cada momento se volvió una oración.


En ese periodo, pude viajar a Vrindavan durante Rādhāṣṭamī. En Su cumpleaños, me arrodillé ante Ella y le pedí algo muy humano:
 
“Envíame una compañera de vida.”


Estuve a punto de hacerme monje, pero esa es otra historia para otro momento…

Ella apareció: Patricia, mi Radha en forma humana. Años después, seguimos caminando juntos, con más canas, pero el mismo amor en el corazón. Fue ella quien estuvo cuando, desde la distancia, llegó la noticia del trasplante de riñón. El milagro se dio. Lo imposible sucedió. Krishna y Rādhā se manifestaron una vez más.


Desde hace más de quince años, el harmonium se ha convertido en mi compañero inseparable, el puente desde el cual intento tocar corazones y sintonizar con el amor bondadoso y compasivo. A través de sus notas, intento transmitir lo que para mí da sentido a esta vida: paz, devoción, compasión y amor universal. Todo ello fruto de años de meditación, canto de mantras y estudio profundo de distintas tradiciones espirituales.


Uno de los momentos más significativos de mi camino fue encontrarme con Pandit Krishna Kripa Dasa, cuya guía y dulzura me ofrecieron no solo dirección, sino también mi nombre espiritual, conectándome con una dimensión más profunda de mi ser y de mi camino devocional.


Mi camino ha sido tocado por muchas almas luminosas. En el Budismo tibetano, la tradición Gelugpa me brindó herramientas valiosísimas. Mi corazón se sigue inclinando ante Su Santidad el Dalai Lama, Geshe Chöden, Lama Atisha, Tsongkhapa, Naropa y Marpa, quienes me enseñaron la belleza del vacío compasivo y la claridad mental.


Pero mi corazón fue definitivamente conquistado por la dulzura infinita de Śrī Rādhā y la fuerza amorosa de Baba Hanuman. A Ellos les entrego mi vida, mi música y mi servicio. Ella es mi centro, mi inspiración, mi destino.


Encuentro también una luz constante en Neem Karoli Baba, cuya visión del bhakti como entrega total al Ser divino me guía cada día. Y en Śrīla Prabhupāda, cuya misión expandió el canto del Santo Nombre por el mundo entero. Krishna Bijoy Goswami me ha ayudado a profundizar en la práctica, y Premanand Ji Maharaj, completamente absorbido en el amor por Rādhā, continúa tocando mi alma de forma indeleble.

A todos ellos los siento dentro de mí cuando toco el harmonium.


Gracias a sus bendiciones y a la luz constante de mi querida Guru Mā, he aprendido que la música devocional no es solo melodía, sino una oración viva que puede abrir corazones y sembrar luz.


Cada vez que canto, mi intención es una: recordarte que el amor es real, que Rādhā está viva en tu interior, y que la compasión y la entrega pueden transformar el mundo desde adentro.


Déjame acompañarte en este viaje hacia la paz interior y la armonía universal.
 
Juntos, con cada nota, podemos invocar una sinfonía de amor divino que despierte el alma y abrace a todos los seres.

Hari Bol
HARI KIRTAN DAS


HOLA, ESTE ES MI VIAJE


Decir "soy esto o aquello" nunca me ha resultado natural. Las presentaciones personales siempre me parecieron insuficientes para expresar lo que realmente somos… Así que prefiero contarte mi historia desde el corazón.


Nací el 9 de octubre de 1982 en Elche, en el seno de una familia humilde que me enseñó, desde pequeño, el valor de ser sincero, de decir la verdad y de amar. Esos valores sembraron una semilla que, con el tiempo, brotaría en forma de música y espiritualidad.

Mi primer encuentro con la música fue a los diez años, con Fermín, mi primer profesor de guitarra. Él supo transmitirme algo que ya intuía desde casa (pues mi tío toca el piano) que la música es un canal para el alma. Desde los 14 años, estuve metido en grupos de música, donde, más allá de tocar, desarrollé una hermandad profunda con mis compañeros. Entre ellos, Manuel Olivares, mi hermano musical y casi de sangre, quien falleció repentinamente tras una operación. Nadie pudo despedirse. Aquello supuso una ruptura interior, un antes y un después. Como Arjuna en la batalla de Kurukṣetra, quedé paralizado, mirando el caos y preguntándome por el sentido de todo.


Con el corazón abierto y roto, emprendí un camino espiritual, sin esperar nada. Siempre fui agnóstico y algo precavido con estos temas, pero algo me empujaba. Tropecé primero con el Ho’oponopono, una técnica de sanación hawaiana (en aquellos tiempos hacía surf y patinaba). Me pareció interesante, pero no me caló del todo.


Hasta que un día, en casa de una amiga, su compañero de piso (un chico Hare Krishna)me dijo:
“Tú tienes la luz de Buda”.


Yo pensaba que Buda era simplemente ese monje simpático con barriga grande... Nos reímos y ahí quedó.


Pero semanas después, paseando por una conocida tienda, un libro sobre la vida de Buda me encontró. Ese verano cambió mi vida. Mis planes para ir a Hawái se esfumaron y, en su lugar, nació el deseo de ir a la India.


Con el miedo natural del principiante, buscaba alguien con quien viajar, y apareció David, una persona bellísima con quien emprendí mi primer viaje iniciático a la India. Él grabó un documental con refugiados tibetanos; yo me enamoré perdidamente de la India. Al volver, perdimos el contacto, y yo, en medio de mi propia guerra interior contra los Kauravas, decidí volver solo… y así empezó mi verdadera peregrinación.


Fue en Rishikesh donde, buscando un profesor de sitar que no terminó de convencerme, encontré algo más profundo. Sin saber muy bien qué hacía, el harmonium apareció en mi vida. Y entonces, ella apareció: Keya Goswami, mi maestra. Apoyada en un balconcito, sin yo llevar el harmonium encima, me preguntó:
“¿Estás buscando profesora de canto?”


Me quedé perplejo. Desde ese día, ella se convirtió en
Maa Keya, mi madre espiritual, mi faro entre la niebla.


Regresé a España, lleno de devoción, dando conciertos… pero entonces todo se rompió. Mi salud colapsó. Los riñones dejaron de funcionar. Los médicos hablaban de trasplante, diálisis, restricciones extremas. No quería vivir conectado a una máquina. Solo quería dejar de sufrir. Entré muchas veces al hospital más muerto que vivo. Pero Krishna, una vez más, me rescató.


Una amiga me dijo una frase que me cambió:
“India no se va a mover”.


Ahí decidí aceptar el proceso. Comenzó la diálisis peritoneal, diez horas al día. Dolor, restricciones, oscuridad… pero también luz. Mucha luz. Cada momento se volvió una oración.


En ese periodo, pude viajar a Vrindavan durante Rādhāṣṭamī. En Su cumpleaños, me arrodillé ante Ella y le pedí algo muy humano:
“Envíame una compañera de vida.”


Estuve a punto de hacerme monje, pero esa es otra historia para otro momento…

Ella apareció: Patricia, mi Radha en forma humana. Años después, seguimos caminando juntos, con más canas, pero el mismo amor en el corazón. Fue ella quien estuvo cuando, desde la distancia, llegó la noticia del trasplante de riñón. El milagro se dio. Lo imposible sucedió. Krishna y Rādhā se manifestaron una vez más.


Desde hace más de quince años, el harmonium se ha convertido en mi compañero inseparable, el puente desde el cual intento tocar corazones y sintonizar con el amor bondadoso y compasivo. A través de sus notas, intento transmitir lo que para mí da sentido a esta vida: paz, devoción, compasión y amor universal. Todo ello fruto de años de meditación, canto de mantras y estudio profundo de distintas tradiciones espirituales.


Uno de los momentos más significativos de mi camino fue encontrarme con Pandit Krishna Kripa Dasa, cuya guía y dulzura me ofrecieron no solo dirección, sino también mi nombre espiritual, conectándome con una dimensión más profunda de mi ser y de mi camino devocional.


Mi camino ha sido tocado por muchas almas luminosas. En el Budismo tibetano, la tradición Gelugpa me brindó herramientas valiosísimas. Mi corazón se sigue inclinando ante Su Santidad el Dalai Lama, Geshe Chöden, Lama Atisha, Tsongkhapa, Naropa y Marpa, quienes me enseñaron la belleza del vacío compasivo y la claridad mental.


Pero mi corazón fue definitivamente conquistado por la dulzura infinita de Śrī Rādhā y la fuerza amorosa de Baba Hanuman. A Ellos les entrego mi vida, mi música y mi servicio. Ella es mi centro, mi inspiración, mi destino.


Encuentro también una luz constante en Neem Karoli Baba, cuya visión del bhakti como entrega total al Ser divino me guía cada día. Y en Śrīla Prabhupāda, cuya misión expandió el canto del Santo Nombre por el mundo entero. Krishna Bijoy Goswami me ha ayudado a profundizar en la práctica, y Premanand Ji Maharaj, completamente absorbido en el amor por Rādhā, continúa tocando mi alma de forma indeleble.

A todos ellos los siento dentro de mí cuando toco el harmonium.


Gracias a sus bendiciones y a la luz constante de mi querida Guru Mā, he aprendido que la música devocional no es solo melodía, sino una oración viva que puede abrir corazones y sembrar luz.


Cada vez que canto, mi intención es una: recordarte que el amor es real, que Rādhā está viva en tu interior, y que la compasión y la entrega pueden transformar el mundo desde adentro.


Déjame acompañarte en este viaje hacia la paz interior y la armonía universal.
Juntos, con cada nota, podemos invocar una sinfonía de amor divino que despierte el alma y abrace a todos los seres.

Hari Bol
HARI KIRTAN DAS

Contacto:
  677 060 282

✉ hello@harikirtandas.com

Política de privacidad

© 2024 Todos los derechos reservados Álvaro Sempere Herrero